Éxtasis en Flor, Ruiz de Ocenda. Acto II

Por Eduardo Blázquez Mateos-URJC.

O.R.R
Sábado, 28, Enero, 2023

El Gran Viaje por la Floristería Ruiz De Ocenda, es un tributo a la Belleza basado en los perfumes y en el Conocimiento de las Bellas Artes. Mientras presentamos el libro ÉXTASIS EN FLOR, las mentes fértiles podían recorrer las fascinantes piezas del espacio en flor.

Begoña, Errikarta y yo, definimos una alianza creativa entre las bellezas puras de las anatomías del libro que, enfrentadas al refinamiento de los cuerpos, se podían recorrer desde la elevación de las formas puras de los desnudos en flor. Se muestra el arte idealizado en dialéctica con las asperezas de los paisajes internos.

Una gran emoción nos llegó en forma de tejidos. Los pañuelos de Miriam Ocariz, entre el sueño y la vigilia, evocan el follaje de los jardines y los paisajes impregnados de un simbolismo oculto tejido al Art Decó y a las estampas japonesas; los dibujos de las espirales respiran los sabores de las hazañas del Art Nouveau, el desenlace es convertir el pañuelo en una isla paradisíaca.

La experiencia se dinamiza al establecer la línea y el movimiento desde el temperamento de la mítica historia femenina que, al tiempo, eleva lo emocional en un poema visual tejido desde la unión de Aracne y Atenea.

Miriam vino al acto del libro acompañada por Carlos Rui-Wamba, para mostrar las melodías parnasianas del Edén. La diseñadora, artista mágica, se adentra en la serigrafía y en el grabado desde sus estudios de Bellas Artes.

Su taller hilandero (de Atenea), permite estampar sublimes almas en los tejidos estudiados desde la dimensión de una pintora de telas; el dibujo y el color aportan los sonidos y las visiones de los lienzos románticos del simbolismo del siglo XIX. Entre dos colores (el negro y el rosa,) las telas aportan fuerza en el espacio de Vicki; entre agujas e hilos, los movimientos orgánicos experimentan el triunfo de las flores enmarcadas en sus procesos creativos y panteístas.

Al mezclar azul y negro, las obras se inclinan por diferenciar texturas, para desnudar vistiendo, para expresar una versión liberadora de la semiótica del vestuario. El blanco y el rojo, en las sedas, se unen a los verdes para entrelazarse a las imágenes del libro que, en el universo de Begoña Moares, coinciden en evocar al gran Balenciaga. La iconografía del negro sale a escena.

El acercamiento al pañuelo-jardín de Miriam y Begoña, rehabilita la imaginación en favor del descubrimiento de la Naturaleza, una belleza ideal ensalzada desde las epístolas de Begoña Moares y Errikarta.

La naturalidad de Miriam y Begoña lleva a la relevancia de las telas, un paisaje visual y literario marcado por la paleta plástica, por las alusiones a los bosques naturales pintados con el ilusionismo del pintoresquismo Vasco. Lo ornamental, siempre simbólico, recupera las fantasías abreviadas en los procesos de los jardines interiores, excavaciones vividas en la poética de lo exótico que, visitado desde las celosías de un aposento, resignifican las verjas de los jardines de Cristina Iglesias.

¡Baladas líricas de Coleridge, sollozos de la Naturaleza!

¡Noche azulada de trémulo sollozo!

¡Al borde de la maleza, el agua fluye por los pañuelos!

El negro entra desde las lejanas estrellas de Gorbea.

¡Azules cristalizaciones de Miriam, pliegues abstractos de Begoña!

El negro alegórico atrae el abismo del Romanticismo, llegan las tinieblas en un manto negro de Eros que cubre a Thánatos; se encienden las velas negras del mar homérico Vasco, para regar los jardines interiores de Miriam y Begoña; canto de Orfeo en la esfera central, eclosión solar en el libro de Saturno, un alimento desde los jardines tejidos desde el más allá.

¡Negro impregnado de una tierra fértil dibujada en la luz de los cielos nocturnos!

¡Noches de Munch en un sueño en éxtasis, en flor, una travesía iluminada por los místicos, una oscuridad subterránea determinada por las apariciones de las flores negras, vegetación consolidada desde la bruma de predecesora de la niebla eterna!

Al retornar al libro, rememoramos los ideales de John Ruskin, Las Piedras de Venecia(1851); se enmarca así la iconografía de William Morris, para unificar la Ofelia(1852) de John Everett Millais con las armaduras de los hombres de Burne-Jones que, entre árboles y zarzales, ensalzan la Naturaleza desde el ritual que, entrelazado en los tapices medievales, llevan a las leyendas artúricas sembradas en los recodos de placer del libro éxtasis en flor.

Los dibujos de los tejidos de Morris dialogan con las obras de Miriam  para dar forma a una gramática de la ornamentación, se encauza el tejido del Inconsciente de Eros.

Entre la síntesis de espacios cóncavos y convexos, los parámetros de las coreografías definen los sueños de las pinceladas del Parnaso ideado en RUIZ DE OCENDA.

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