Las llamas se movían agitadas en la atmósfera ventosa del libro Juana I, reina Sonámbula, una creación de Errikarta Rodríguez y Eduardo B. Mateos que, editada por Amarante, transcribe el eclipse de la reina Juana I.
La solemne reina se incorpora ante el estímulo de la convexidad del espejo (el eclipse), para mostrar la invisibilidad de la espada-libro iluminada desde el Arte del Ingenio.
Juana está recuperada de los fallecimientos de su marido y su padre, recuerda cada día a su madre, un modelo de vida para orquestar su melancolía visible.
Ante el diminuto espejo del Tocador, revisa sus tejidos azulados sobre los bocetos de Leonardo da Vinci, fábrica de sentimientos inscritos en el tratado de amor de su armadura plateada. Juana dialoga condicionada por los versos procedentes de Florencia.
-El color de la luz de Leonardo me fortalece- admite Juana I, ante el espejo véneto-, administro las imágenes doradas de las pinturas italianas para alimentar a mi ejército sin nombre, humanistas formados en bibliotecas ordenadas por los libros de caballería, por los versos sueltos de Dante y Petrarca revelados en los tratados militares del siglo XV.
Con los prendedores en forma de espiral, la Reina apartaba el cabello a ambos lados, la beldad se elevaba con la vegetación primaveral de su plisada túnica, la tela véneta se ilustraba con las rosas de Venus, los tonos rosáceos de sus pómulos, trazados por la sombra de su recogido de coral, daban la forma a un mar de nubes feminizado por la nube negra. Las yemas de sus dedos succionaban el cuello de cisne. Abandonada en la intimidad de su Tocador, miraba la esponja blanca mimetizada en la caja oval. Su hombro derecho se descubría para rememorar, ante el espejo, una escena de amor con su amado esposo. El tono de sus encendidas mejillas se doraba ante la lluvia de Dánae, en éxtasis, recorría su piel sedosa para ahondarse en los recuerdos perpetuados por el sátiro. Felipe el Hermoso derramaba erotismo en la mente de Juana I de Castilla.
-¡Soy Juana enlutada, me cubro con terciopelo, me arropo con los velos oscuros del ballet neoplatónico! Al elaborar las alusiones a mi vida amorosa, mis lágrimas brotan con desconsuelo; enlazadas a mis libros, rodeo las carnaciones del cuerpo de mi marido, me llamaba ?nido olfativo?, mis fragancias huelen a jardín; en la piel, el bosque se contrapone a los pétalos, los contrastes convertían a mi amado en un salvaje indomable, recorría mi cuerpo para encontrar nuevas sensaciones. Él se convertía en una ofrenda. Ambos, como la brisa de Céfiro sobre Cloris, retornábamos al reino placentero Flora.
¡Sus armas estaban cubiertas con miel!
PETTINARE IL VENTO
Juana I de Castilla siempre reinó, en su épica literaria visitó cada día la delicada música aposentada en su destreza con las coreografías italianas, obras iluminadas por su profesor Lucio Marineo Sículo, historiador siciliano que completó la formación inculcada por la preceptora de Juana, Beatriz Galindo. El humanista, nacido en Vizzini, aportó ideales científicos y creativos a Juana I. La sabiduría de Lucio resultó crucial en la evolución de la Universidad de Salamanca, un docente y cronista perspicaz que, en De rebus Hipaniae memorabilibus Libri XXV, describe un pasaje sobre el vascuence con vocablos vizcaínos (con ediciones en castellano en 1530). Desde sus Cátedras de Oratoria y Poesía, marcará mentalidades revolucionarias en el siglo XVI.
Juana I de Castilla tenía muy presente a su mentor, la corte isabelina aportará gran solidez en el aprendizaje de sus hijos. Los modelos italianos, con cuestiones ciceronianas e incursiones en Plinio, ofrecerán reveladores testimonios de las mujeres cultas de la época, una muestra es el epistolario de Lucía Medrano con Marineo; Lucio, en sus intercambios de cartas ilustradas con la profesora de clásico de la Universidad de Salamanca, estableció unos trasvases que rememoraron los ideales paganos del Humanismo Italiano; serán unos encuentros determinados por Boccaccio, es decir, se trata de un viaje hacia el conocimiento de la mitología, una fuente esencial en Juana I.
La Reina buscaba las velas para poder leer la extensa carta de Lucio, embalsamada en su capa, creaba un espacio de pensamiento, en vanguardia, peregrinaba por las imágenes construidas desde el relato epistolar de su mentor.
Entre velas, bailó para deambular sobre la antropología visual gestada en el diálogo con Lucio. Desplazamientos consumados con la sabiduría de una poderosa humanista; ante la lumbre, pudo descansar.
Un aposentador, retiró todas las velas, las guardó para hundir a Juana en la oscuridad; en la caverna de Platón, la sombra de la Reina estaba investida en la espada del reino de Eros.