Tradiciones y leyendas del Día de Todos los Santos en Navaluenga

Escrito por Juan Carlos Grande Gil

O.R.R
Miércoles, 01, Noviembre, 2023
Cultura

Antaño, asistir a los actos litúrgicos de la festividad de todos los Santos era obligado en Navaluenga. Días antes los familiares limpiaban las sepulturas, colocaban velas y luminarias y preparaban los ramos de flores. Durante todo el día era constante la visita al cementerio, un punto de encuentro entre las familias que recordaban a sus seres queridos.

Al finalizar los actos religiosos los feligreses regresaban a sus casas para llenar los cántaros de agua que depositaban en el exterior de la vivienda para que esa noche las Ánimas del Purgatorio aplacaran su sed. Durante la noche nadie salía a la calle y se encendían velas y luminarias en el interior de las casas para recordar a los familiares difuntos y ayudarles a encontrar la luz de la salvación.

Ganaderos y agricultores regresaban a sus hogares antes de la caída del sol temiendo el encuentro de la Procesión de Ánimas, que según la leyenda vagaban en fila, en silencio, por las calles del municipio, partiendo de la puerta de poniente del templo parroquial para adentrarse por los caminos antes de regresar, rayando el alba, al osario de la parroquia. El muro de este osario fue restaurado en varias ocasiones durante el siglo XVIII por hallarse en ruinas. Actualmente no existe este osario.

Esta Procesión de ánimas tiene cierto paralelismo con la tradición gallega de la Santa Compaña, esa procesión fantasmal de ánimas vestidas de blanco que portan una vela o un candil y precedidos por la silueta humana de un mortal, recientemente fallecido. En el caso de Navaluenga las ánimas recorren las calles del pueblo en silencio, un silencio únicamente roto por el tañir de las campanas. Según la tradición las ánimas solo paraban para beber de los cántaros dejados a la puerta de las casas.

Algunos arrieros aseguraban haber visto esta fantasmal procesión por algunos montes próximos al pueblo al caerles la noche en el camino y recordaban que esa noche, en las posadas y ventas, no les cobraban por dormir y sólo pagaban la cena.
Los quintos del pueblo subían al campanario de la iglesia con gran cantidad de castañas asadas y al toque de difuntos daban lastimosos gritos: "las Ánimas Benditas del Purgatorio" durante toda la noche, mientras al amor de la lumbre, toda la familia rezaba el Rosario y los abuelos recordaban a los seres queridos fallecidos y contaban leyendas del Día de Todos los Santos.

Los pueblos de origen celta creían que con la llegada del Samhain, que algunos autores interpretan como el fin del verano o fin de la cosecha, la línea entre el mundo de los vivos y el de los muertos se estrechaba y los espíritus podían pasar a través de ella. De esta creencia perduran las Mascaradas de invierno que ahuyentaba a los malos espíritus, y los ritos de lanzar piedras a las peñas sacras para liberar las ánimas de los difuntos y que recibieron el nombre de Peñas de Ánimas. Otras peñas sacras muy relacionadas con espíritus o muertos son las fuentes, cuevas, Peñas o Cantos de los Moros o Moras.

Estas celebraciones de origen pagano tenían lugar a primeros de noviembre en memoria de los antepasados. En el mundo romano las ánimas se identificaban con 'Los Manes', que junto con los dioses Lares y Penates, eran los protectores del hogar.
Los Manes, se identificaban como las almas de los familiares, debido al temor, que en algunas ocasiones se les tenía, le otorgaban el nombre de 'Manes=buenos'. Durante estos días se ofrecía comida a los fallecidos de forma parecida a la festividad del Día de los Muertos que se celebra en México.

Novenas, responsos y paños de supultura

El recuerdo de los seres queridos fallecidos y ayudar a las Ánimas del Purgatorio con misas y plegarias configuraban la tradición del Día de todos Los Santos. En varios documentos eclesiásticos de los siglos XVII y XVIII procedentes de la iglesia parroquial de Navaluenga, se hace referencia al cumplimiento, después del fallecimiento de algún familiar, de destinar algunas rentas en misas y novenas para cumplir con las "obligaciones" del fallecido.

En el libro de fábrica de la parroquia (1771-1855) se cita que el 9 de marzo de 1786, se visita el libro de rentas y limosnas de Ánimas. Este libro refleja la recogida de limosnas para sufragar las misas por las almas de los files difuntos con la intención de minimizar, en lo posible, su paso por el Purgatorio. También se anotaban las rentas obtenidas con los bienes dejados, en el testamento, para misas y novenas.

De forma muy clara queda reflejado en la inscripción del muro del arco de la epístola frente a la sacristía: "Juan Villarejo dejó una capellanía en esta igl(es)i(a) para q(u)e (e)n este altar se digan dos misas cada semana, la una los lunes, de requien por las ánimas de (é)l y de su muger y de sus defuntos, y la otra el sábado de N(ues)tra S(eñor)a, por la misma intención?y para esto dejaron sus vienes". Año 1550 (J. A. Clavo Gómez).

También se recuerda en una inscripción en la entrada del cementerio municipal con estas palabras, "Orad a Dios en caridad hermanos y recordad que fuimos lo que sois y seréis lo que somos".

Estas costumbres están directamente relacionas con la cultura de la muerte y dieron lugar a numerosas leyendas de "aparecidos" que se manifestaban, principalmente a familiares, para recordar el incumplimiento de promesas, misas o novenas.

Bajo la tarima de madera que cubre el suelo de la iglesia de Nuestra Señora de los Villares se hallan numerosas sepulturas que recuerdan el pasado de Navaluenga. Están situadas en la cabecera del templo y en el lugar que ocupa la primitiva ermita de Santa María. No sería de extrañar que una de estas sepulturas guardase los restos D. Juan de Villarejo, fundador de la capellanía de la que habla las inscripciones de la capilla de la epístola, frente a la nueva sacristía.

En el templo había otros enterramientos más humildes e incluso algunos que tenían una ocupación temporal y que carecían que inscripciones. Recuerdan nuestros mayores que algunas tenían gravadas una calavera.
Era costumbre que las familias, en la festividad de todos Los Santos, depositaran en la sepultura de sus familiares el paño de sepultura o de luto. Sobre este paño se colocaba una palmatoria de cera hilada que permanecía encendida durante los oficios. Si existía una promesa de tener encendida la luminaria un año, desde el fallecimiento del familiar, este paño recibía el nombre de "añero".
Esta costumbre desapareció cuando las tumbas se taparon bajo la tarima que cubre el suelo de la iglesia.

En un documento fechado en diciembre de 1809 en el que se describe el estado de conservación de las iglesias pertenecientes a la Real Colegiata Abadía de Nuestra Señora de la Asunción de Burgohondo se refiere a la iglesia de Navaluenga en los siguientes términos, "es de buena calidad, de tres naves, dividida con columnas, embaldosada de piedra, de piso muy desigual, por el descuido de no nivelarlas en los enterramientos".

Desde mediados del siglo XV hasta el año 1918 los vecinos de Navaluenga eran enterrados en el cementerio de la parroquia, en el lugar que hoy ocupa el jardín de la iglesia. Este es el motivo por el que la calle que está situada frente a la portada sur de la iglesia se llama Calle Cementerio.

En la puerta de la fachada del mediodía aún pueden observarse tres lápidas, posiblemente procedentes del interior de la iglesia, que fueron colocadas en este lugar en alguna reforma de la iglesia. También podrían ocupar su posición original.

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