Cada texto escrito en Tribuna Ávila ha tenido su origen en una imagen visual.
Desde marzo del 2011 he escrito en este periódico con libertad, jamás me han dado indicaciones, nunca me han censurado, agradezco todo su apoyo y su respeto; toda mi gratitud a los que me han acompañado, algunos amigos han dialogado conmigo con certezas de bellezas insondables, la fidelidad de Begoña Moares Segurola y Errikarta Rodríguez me impulsó con determinación, la lealtad de Liuba Cid me emocionó desde el Teatro Interior.
Me despido con un gesto de gratitud, para iniciarme en nuevos proyectos, en mis revistas: El Cristal de Neptuno y Bomarzo.
Quiero cerrar mi trayectoria de bloguero citando la figura mitológica de la Memoria, madre de las Musas, motor de los actos artísticos que activan las ambivalencias perpetuadas en las fusiones dialécticas de las artes.
El teatro interior y el rito actualizan los mitos, entre el movimiento y la síntesis dialéctica se acumulan las ruinas inventadas por Dédalo, centro de supervivencia para saturnianos perdidos en los laberintos de tinieblas vegetales.
Al recuperar lo inconexo, el desequilibrio del ruinismo se distancia de la dialéctica para oscilar entre formulas, ecuaciones y expresiones, todo me lleva a Hermes; al interiorizar el dinamismo de las frecuentes metamorfosis, pienso en el texto LAS LÁGRIMAS DE JULIETA, libro-edificio que traslada la iconología a la literatura, viaje warburiano a Curtius.
Al penetrar en el interior de Julieta, la vía metodológica se tejió a la memoria iniciadora de las ninfas del teatro de amor, al ser rememoradas las aguas de las náyades, entre tintas rojas y verdes, todas serán alumbradas en la Biblioteca de Bidebarrieta, biblioteca-teatro-jardín armada con laurel.
Al hablar de Las Lágrimas de Jon Kapuleto, reconocimos el Tratado de Amor escrito en rojo y verde, nos complementamos en el Teatro interior los tres actores, en tres actos, contemplamos la Naturaleza para liberarnos desde la recreación.
¡Actos fragmentados unificados por las lágrimas de cristal, perentorias en la tierra, inmortales en el Otro Mundo!
Al librarnos de la fatalidad del Amor, los tres actores nos bañamos de colores venecianos.
¡Tierra fértil, base de contrastes, universo diverso, diversidad fugada en meandros antropológicos!
Escribo una carta a Petrarca, encuentro con el desamor, otra emoción.
Amor eterno de Romeo y Julieta, epopeya del paisaje-paisanaje del reloj verde de Romeo.
La luz del Amor es la Crónica del Tiempo que permite superar la incapacidad para amar.
Isolda revisa el sueño secreto de Delvaux para aliarse con la intimidad del erotismo supremo.
Tristán se adentra en la disolución del verde para encontrar el eclipse de Delvaux.
El color rojo llega desde el universo de Edvard Munch para cristalizar el beso transformador.
El teatro interior requiere de un beso interior derivado del relato de Apuleyo.
La atracción entre el Verde y Rojo, entre Romeo y Julieta, deriva en el relato de amor de Jon Kapuleto, historia de bosques frondosos estampados en árboles entrelazados y arrodillados; en la tormenta flotante de las oquedades incompletas, surgen los espectros antagónicos estampados en Reinhardt. Ibsen entra en escena.
Los mitos de la tierra se presentan desde el animismo innovador de los Cíclopes, las acciones monstruosas germinan desde las alegorías aportando desenlaces inciertos en el Teatro Interior.
Los bosques del amor se amplían, emerge el deseo abierto por la circularidad metafísica de la progresión escénica del pudor.
Ante el palimpsesto, la escena está invertida por las huellas para abrumar el amor desde el consuelo. Sobre Julieta se ha escrito el texto de Jon, de la mano del mítico Orlando de Virginia.
En el Tratado de Amor de Jon Kapuleto, emerge la alegoría de la creatividad; tejiendo los colores, llegamos a la isla de Ítaka con la textura de la alquimia del lienzo teatral veneciano.
¡Quiero ser jardinero para convertirme en una figura maternal!