Los carnavales de Navalacruz, que se cuentan por derecho propio entre los más espectaculares y complejos de la provincia de Ávila por hacer de esa mascarada llena de resonancias seculares no solamente ocasión para el disfraz sino también para escenificar una visión del mundo rural llena de simbologías, vivió este sábado una nueva edición llena de intensidad, con la implicación activa de buena parte de los habitantes de la localidad y con la presencia de fotógrafos, periodistas y curiosos llegados a este pequeño pueblo atendiendo a la creciente fama de esta celebración.
Comenzó la jornada central de este peculiar Carnaval, con la climatología amenazando lluvia o nieve aunque luego reculó, con el típico recorrido de los quintos por las calles del pueblo para pedir la colaboración de los vecinos con los protagonistas de la fiesta, petición que como es habitual encontró una respuesta generosa.
A las cuatro de la tarde se reunían junto a la torre de la iglesia los harramachos para desde allí dirigirse hasta la plaza del Ayuntamiento, donde les esperaban los 17 quintos de este año, cinco chicos y 12 chicas, repartidos sus papeles entre el alcalde, la vaquilla, el vaquero, la carátula y el alguacil, para pedir el preceptivo permiso al alcalde y a las autoridades locales y dar comienzo a los Carnavales, solicitud que fue un año más concedida como manda la tradición.
Tras ese acto protocolario los quintos, los harramachos, el resto de figuras simbólicas que definen a este carnaval y los vecinos se dirigieron al 'Pico', como se ha venido haciendo desde hace siglos, para escenificar en esa falda pelada de la montaña que defiende a Navalacruz de los vientos del norte el principio de un combate entre el bien y el mal que viene de tiempos inmemoriales.
La 'vaquilla', un quinto que lleva atado a la cintura una cornamenta con la que embiste a harramachos y a todo el que se le ponga por delante para hacer daño, salió como a traición del 'callejillo de la Sarna' que hay junto a la 'lancha de la Torta', lugar de reunión de todo el pueblo en ese momento, y desde allí partió la comitiva hacia el casco urbano, con los harramachos, humanos identificados plenamente con la naturaleza a través de vestimentas realizadas con elementos del campo como agallones, musgo, ramas y hojas, intentando ahuyentar el mal que lleva consigo la vaquilla.
Al llegar al río que divide en dos el pueblo se vivió otro de los momentos más significativos de la escenificación, cuando el quinto que ejerce de 'alcalde' saltó el cauce ayudado por una vara simbolizando el paso del niño al adulto.
La jornada, siempre festiva y con toda la actividad acompañada por la música de 'Los Tolinas', continuó luego desarrollándose en la plaza, donde se toreó finalmente a la vaquilla y se acabó con ella, culminando así felizmente la lucha entre bien y el mal que define toda la celebración, poniendo cierre a todo ello con la quema del pelele, otro símbolo de purificación a través del fuego.
La fiesta, que contó con una gran participación vecinal, continuó con un chocolate caliente en el Toril para reponerse de la jornada.