La España de la corrupción política vuelve a mostrar su peor versión después de escuchar a Víctor de Aldama con su ventilador a la máxima potencia para poner en jaque la credibilidad de este Gobierno. Lógicamente, hay que poner en contexto las afirmaciones de un comisionista en su estrategia de abandonar la prisión. Pero consiguió un doble objetivo: dormir en su casa la misma noche de la declaración y levantar una escandalosa polvareda que nubla la línea de flotación que rodea al socialismo de Ábalos y toda su extensión, hasta llegar al presidente Sánchez y provocar una insólita reacción pública en el patio del Congreso de los Diputados, esbozando una forzada sonrisa social y una indiscutible sensación de agobio.
Lógicamente, hay que poner a Víctor de Aldama en el contexto adecuado. Se trata de una persona que ha reconocido sus delitos y que ahora canta en un Juzgado con evidentes intereses. Pero esta prolongación de los turbios asuntos de Ávalos y Koldo ha declarado cosas muy graves en sede judicial como para no tenerlas completamente probadas y contrastadas. Si no fuera así, estaríamos ante un monigote que, fuera del círculo alque antes pertenecía, ataca sin argumentos a todo lo que se mueve porque ya no tiene nada que perder.
El Gobierno se ha inquietado. Pedro Sánchez llegó al poder a través de una legítima moción de censura con menos carga argumental que lo exhibido por Aldama en los juzgados. Es cierto que en aquella ocasión hubo una sentencia firme que puso exquisito al PNV para acabar tumbando al Gobierno del PP y apoyar la opción del PSOE. Hasta ahora solo son acusaciones, a las que la Fiscalía otorga credibilidad, y el recorrido todavía es muy largo. Pero es evidente la importancia de la explosión y sus futuras consecuencias.
De momento, al Partido Popular solo se le ocurre ofrecerse para una hipotética moción de censura en busca de apoyos que no tiene. Y aquí aparece de nuevo ese incomprensible PNV jugando a lo mismo que Bildu mientras su futuro en el País Vasco empieza a tambalearse por la progresión que está mostrando el voto para la coalición que ya le ha lanzado un aviso en las anteriores elecciones autonómicas.
El PP y Feijóo hacen la oposición de manual, la previsible, frente a un Gobierno con recursos suficientes para ir esquivando problemas amparado en sus negociaciones abiertas con Podemos y las otras fuerzas políticas que le apoyan. La negociación de los presupuestos es una muestra de su capacidad para mezclarlo todo y que de ese enjambre no salga nada que altere su hoja de ruta, la empeñada en agotar la legislatura pese a que Aldama ha puesto de nuevo la palabra corrupción en el punto de mira. Pero Feijóo no está para muchos alardes. En Europa, sus colegas de siglas le paran los pies con su intento de bloqueo al nombramiento de Teresa Ribera como comisaria. La estrategia del PP sigue una trayectoria tan decepcionante que ni siquiera aprovecha el efecto de un Aldama revuelto y dispuesto a seguir tirando de la manta.